lunes, 2 de noviembre de 2009




Maestra de Misterios Mayores

La última obra en que el Venerable Maestro Samael habló ampliamente de su esposa-sacerdotisa, es “Las Tres Montañas” (Mensaje de Navidad 1972-1973), editada por primera vez en septiembre de 1972.
Es esta una obra de carácter biográfico-esotérico, donde el Maestro relata sus distintas iniciaciones. He aquí cómo describe su primera iniciación del fuego:
“Yo aguardé con ansiedad infinita la fecha y hora de la iniciación; se trataba de un 27 sacratísimo.
Quería una iniciación como aquella que el comandante Montenero recibiera en el Templo de Chapultepec, o como esotra que Ginés de Lara —el Deva reencarnado— tuviera en aquel Sancta Sanctorum o Adytum de los Caballeros Templarios en la noche extraordinaria de un eclipse de luna.
Pero mi caso fue ciertamente muy diferente y, aunque parezca increíble, en la noche de la iniciación me sentí defraudado.
Reposando con angustia infinita en mi duro lecho, dentro de una humilde choza a orillas del mar, pasé la noche en vela aguardando inútilmente...
Mi esposa sacerdotisa dormía, a veces se movía entre su lecho o pronunciaba palabras incoherentes.
El mar con sus olas furiosas golpeaba la playa rugiendo espantosamente, como protestando...

Amaneció y ¡nada!, ¡nada!, ¡nada! ¡Qué noche de perros, Dios mío!... ¡Válgame Dios y Santa María!... ¡Qué de tempestades intelectuales y morales hube de experimentar en aquellas mortales horas nocturnas!
Realmente no hay resurrección sin muerte, ni amanecer alguno en la naturaleza ni en el hombre sin que le precedan las tinieblas, tristezas y atonías nocturnas que hacen más adorable la luz.
Todos mis sentidos fueron puestos a prueba, torturados en agonías mortales que me hicieron exclamar: ¡Padre mío! Si es posible, pasa de mí este cáliz, mas no se haga mi voluntad sino la tuya.
Al salir el sol, como bola de fuego que pareciera brotar de entre el tempestuoso océano, despertó LITELANTES diciéndome:
— ¿Se acuerda de la fiesta que le hicieron allá arriba? Usted recibió la iniciación...
— ¿Cómo? Pero, ¿qué está usted diciendo? ¿Fiesta? ¿Iniciación? ¿Cuál? Yo lo único que sé es que he pasado una noche más amarga que la hiel...
— ¿Qué? —Exclamó LITELANTES asombrada—, ¿entonces usted no trajo a su cerebro físico recuerdo alguno? ¿No se acuerda de la Gran Cadena? ¿Olvidó las palabras del Gran Iniciador?
Abrumado con tales preguntas interrogué a LITELANTES diciendo: ¿Qué me dijo el Gran Ser?
— Se os advirtió —exclamó la Dama-Adepto— que de hoy en adelante tendréis doble responsabilidad por las enseñanzas que deis en el mundo... Además —dijo LITELANTES— se os vistió con la túnica de lino blanco de los Adeptos de la Fraternidad Oculta y se os entregó la espada flamígera.
— ¡Ah!, ya entiendo. Mientras yo pasaba tantas amarguras en mi lecho de penitente y anacoreta, mi Real Ser Interior recibía la cósmica iniciación... ¡Válgame Dios y Santa María! ¿Pero qué me pasa? ¿Por qué estoy tan lerdo?
Tengo un poco de hambre; me parece que es hora de levantarnos para el desayuno...
Momentos después LITELANTES juntaba en la cocina algunos leños secos que sirvieron de combustible para encender el fuego...
El desayuno estaba delicioso; comí con mucho apetito después de noche tan dolorosa...
Un nuevo día de rutina. Trabajé como siempre para ganarme el pan de cada día y descansé en mi lecho cerca de las doce del día... Ciertamente estaba desvelado y justo me pareció un pequeño reposo, además me sentía compungido de corazón...
No tuve, pues, inconveniente alguno para acostarme en decúbito dorsal, es decir, en posición de boca arriba y con el cuerpo bien relajado...
De pronto, encontrándome en estado de vigilia, veo que alguien entra en mi recámara; le reconozco, es un chela de la Venerable Logia Blanca...
Aquel discípulo trae un libro en sus manos; desea consultarme y solicitar cierta autorización... Cuando quise dar respuesta hablé con cierta voz que me asombró a mi mismo: Atman, respondiendo a través de la laringe creadora, es terriblemente divino.
— Id —le dijo mi Real Ser—, cumplid con la misión que se os ha encomendado. El chela se retiró agradecido...
¡Ah!, cuán cambiado he quedado... ¡Ahora sí! ¡Ya entiendo! Fueron estas mis exclamaciones después de que el chela se retiró.
Alegre me levanté del duro lecho para platicar con LITELANTES; necesitaba contarle lo ocurrido.
Sentí un algo superlativo, como si en el interior de mi conciencia se hubiese operado un cambio átmico, trascendental, de tipo esotérico, divinal...
Anhelaba la nueva noche. Aquel día tropical era para mí como el vestíbulo de la sabiduría.
Cuanto antes quería yo ver el sol como bola de fuego hundiéndose una vez más entre las tormentosas olas del océano...
Cuando la luna comenzó a acerar las aguas tormentosas del mar Caribe, en esos instantes en que las aves del cielo se recogen en sus nidos, hube entonces de urgir a LITELANTES para que concluyera sus quehaceres domésticos.
Aquella noche nos acostamos más temprano que de costumbre. Yo anhelaba algo, me hallaba en estado extático...
Acostado otra vez en mi duro lecho de penitente y anacoreta, en esa asana Indostán de hombre muerto —decúbito dorsal, boca arriba, cuerpo relajado, brazos a lo largo de los costados, pies tocándose por los talones y abiertos en forma de abanico— aguardé en estado de alerta percepción, alerta novedad.
De pronto, en milésimas de segundo, recordé una lejana montaña. Lo que entonces acaeció fue algo insólito, inusitado...
Me vi instantáneamente allí, sobre la cumbre lejana, muy lejos del cuerpo, de los afectos y de la mente... Atman sin ataduras, lejos del cuerpo denso y en ausencia de los vehículos suprasensibles.
En tales momentos de samadhi, la iniciación cósmica recibida en la noche anterior era para mí un hecho palpable, una cruda realidad viviente que ni siquiera necesitaba recordar...
Cuando mi diestra puse sobre el áureo cinto, dichoso pude evidenciar que allí tenía la flamígera espada, exactamente en el lado derecho.
Todos los datos que LITELANTES me diera habíanme resultado precisos. ¡Cuán feliz me sentía ahora como hombre espíritu! Vestido ciertamente con la túnica de lino blanco...”
¿Qué conclusión primordial podemos sacar de este fragmento de “Las Tres Montañas”?
Indubitablemente, la Venerable Maestra Litelantes ya era Iniciada antes de que el Maestro Samael recibiera la primera iniciación del fuego.
En efecto, ¿de qué otra forma podemos explicarnos que ella estuviese presente en la Gran Cadena? ¿Cómo es que sabía las palabras del Gran Iniciador? Es irrefutable que nuestra Maestra ya formaba parte del grupo del Gran Iniciador, es decir, ya había recibido la iniciación; insisto: ¿de qué otra forma se explica su presencia en la Gran Cadena?
¿Acaso no trajo ella el recuerdo de la extraordinaria experiencia, mientras que el Maestro paso una noche más amarga que la hiel? Sin embargo, ella “dormía, a veces se movía entre su lecho o pronunciaba palabras incoherentes”.
Paradójicamente, mucha gente llena de orgullo místico, pensó y sigue pensando que esotéricamente nuestra Maestra dormía y pronunciaba palabras incoherentes, que en realidad no era Maestra, a pesar del texto expreso del Quinto Evangelio.
Para negar la Maestría de la esposa del Avatara de Acuario, habría que arrancar las páginas de la obra del Maestro Samael donde habla de ella, habría que mutilar el Quinto Evangelio.
Como dice el aforismo —tan citado por el Maestro Samael— “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, cual sucedió en efecto con el Avatara, quien es el primero en reconocer que su esposa-sacerdotisa le enseñó el manejo de las fuerzas jinas, que es una poderosa Gurú, que ella tiene la inimaginable jerarquía de Juez del Karma, que ella ya estaba presente en la Gran Cadena donde él recibió la primera iniciación, y que todos los datos que Litelantes le diera le habían resultado precisos, tal como aconteció en todos los eventos de la vida interna y externa del Maestro.
En efecto, tanto su familia como sus amigos y estudiantes recuerdan que el Maestro Samael decía que todo lo que la Maestra le había advertido o predicho se cumplía matemáticamente.
Además, afirmaba que las severas advertencias que la Maestra le hacía, su rígido actuar, era propio de los Maestros de la Ley, y que lo terrible del caso es que siempre tenía la razón; que era matemática como una tabla pitagórica.
Cuenta su familia y demás testigos presenciales que cuando los Maestros disentían, la Maestra siempre concluía la discusión diciéndole al Maestro: “A la noche nos vemos allá arriba”, es decir, en el Tribunal, y que el Maestro sencillamente se doblegaba (literalmente: “agachaba la cabeza”) y guardaba un respetuoso silencio, pues siempre le tuvo un profundo respeto y acatamiento.
Muchos fueron testigos de que el Maestro Samael llegó a expresar que la Venerable Maestra Litelantes era el más elevado Turiya que hubiera conocido.
Turiya es el Maestro que posee el más alto grado de intuición, el que posee Prajña Paramita, es un hombre que puede hablar con su propio Dios Interno cara a cara.
¡Salve Litelantes, Bendita Maestra, Señora y Madrecita nuestra, Tonantzin sagrada!

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