lunes, 2 de noviembre de 2009




La Virgen de la Ley



En 1956 fue editada por primera vez una hermosa obra del Venerable Maestro Samael Aun Weor, intitulada “Los Misterios Mayores”, donde vuelve a referirse a nuestra querida Maestra en los siguientes términos:
“Esos que saben salir en astral, esos que saben arreglar sus cuentas en el Tribunal del Karma, esos que reciben las enseñanzas directas en los templos de misterios, esos que recuerdan sus reencarnaciones pasadas, esos sí saben, aunque no hayan leído jamás un solo libro de ocultismo, aunque no sean en el mundo sino pobres analfabetas, aunque no sean más que tristes cocineros o indios salvajes, esa es la gente que sabe verdaderamente.

Nosotros conocemos a dos poderosos iluminados que son muy sencillos: el uno es un indio salvaje de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, el otro es la poderosa Gurú LITELANTES, Gran Maestro de la Justicia Cósmica; estos dos poderosos iniciados gozan del privilegio de poseer conciencia continua. En semejantes condiciones privilegiadas, estos dos iniciados poseen conocimientos que jamás se podrían escribir, porque si se escribieran se profanarían.
Los grandes intelectuales que conocieron a estos dos Gurús los miraron con desdén porque estos iniciados no hablaban como loros, porque no estaban llenos de santurronería, porque no eran intelectuales, porque no andaban contando sus asuntos esotéricos.
Hemos conocido a otros que sólo despiertan conciencia esporádicamente, de cuando en cuando, esos no son sino principiantes en estas cosas. Lo importante es poseer conciencia continua en el plano astral, para eso hemos dado prácticas y claves en este libro.
El que no sabe salir en cuerpo astral conscientemente no sabe ocultismo, aunque tenga el grado 33 en el club masonería, aunque sea acuarianista, aunque se llame
teósofo o se autocalifique caballero rosacruz.
Cualquiera puede leer libros de ocultismo o teorizar muy bonito, pero tener conciencia consciente de la sabiduría oculta es otra cosa.
La verdadera sabiduría oculta se estudia en los mundos internos. El que no sabe salir en astral no sabe ocultismo.”
De todo esto podemos inferir lo siguiente:
1ª : Sabe salir en astral.
2ª : Sabe arreglar sus cuentas en el Tribunal del Karma.
3ª : Recibe las enseñanzas directas en los templos de misterios.
4ª : Recuerda sus reencarnaciones pasadas.
5ª : Tiene verdadera sabiduría.
6ª : Es poderosa iluminada.
7ª : Es poderosa iniciada.
8ª : Goza del privilegio de la conciencia continua.
9ª : Es Gran Maestro de la Justicia Cósmica.
10ª: Posee conocimientos que jamás se podrían escribir, porque si se escribieran se profanarían.
11ª : No habla como loro, no está llena de santurronería, no es intelectual, no anda contando sus asuntos esotéricos.
12ª: Posee conciencia continua en el plano astral.
13ª: Tiene conciencia consciente de la sabiduría oculta.
Claramente señala el Maestro Samael que sólo a dos personas conoció que tuvieran las facultades descritas: nuestra bienamada Maestra Litelantes y un indio salvaje de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia.
En virtud de que este pasaje del libro “Los Misterios Mayores”, provocó que los seguidores de un discípulo del Maestro —quien por cierto le dio la espalda, pues se rebeló contra la Maestra— consideraran que dicho personaje era el mencionado “indio” salvaje de la Sierra Nevada, por lo que le rogué a la Maestra me explicara de quién se trataba.
Ella me afirmó enfáticamente que el Maestro Samael se refería al Mama Ceferino Marávita, lo que efectivamente concuerda con el texto, pues el “discípulo” aunque era moreno no era indio, mucho menos salvaje, ya que se trataba de un hacendado con apellido de origen vasco, por cierto.
Al concluir “Los Misterios Mayores”, en el último capítulo, el Maestro Samael reitera que sólo dos personas ha conocido que están preparadas para la Gnosis: un indio y la Maestra Litelantes.
Además, menciona un hecho singular: “Con estas instrucciones y prácticas el hombre puede alcanzar el grado de Cristo, la mujer alcanza el grado de Virgen. LITELANTES, la Virgen de la Ley, es poderosa”.


Lo curioso de esta expresión es que el documento más importante de la Cábala, el Zohar, habla de la Virgen de la Ley. Nos relata (II, 94 b) que la Torá —la ley, la luz divinal, el conocimiento verdadero—, como una bellísima virgen, descubre sus más profundos secretos sólo a aquéllos que la aman; ella sabe que el que quiere ser sabio de corazón ronda las rejas de su morada día tras día.
En un principio le llama “simplón” y lo invita a conversar con ella detrás del velo que ha puesto a sus palabras, para que él pueda acomodar su manera de entendimiento y pueda progresar gradualmente. Esto se conoce como “Derashah” (derivado de las leyes, de la letra de las escrituras).
Después ella le habla cubierta con un delgado velo de tul muy fino, le habla con enigmas y alegorías, y a estos se les llama “Haggadah”.
Cuando por fin se ha acercado lo suficiente a ella, le descubre su rostro y sostiene una conversación con él acerca de todos sus misteriosos secretos y todos los caminos
secretos que han estado ocultos en su corazón desde tiempo inmemorial. Así un hombre se hace un verdadero adepto a la Torá, un “Señor de la casa”, pues ella le ha descubierto todos sus misterios sin guardar ni esconder uno solo.
Dice el rabino Yosef que así deberíamos los hombres seguir a la Torá, con todas nuestras fuerzas, y convertirnos en sus fervorosos amantes.
El hecho es que estos conceptos se aplican a nuestra Maestra, ya que continuamente pudimos apreciar que si alguien se acercaba a ella con prejuicios, considerándola como una ignorante, negando de antemano su Maestría, ella le ocultaba totalmente su poder luz y se mostraba tal como dicha persona quería verla.
Si la persona se acercaba a ella con buen corazón y sin prejuicios, ella le hablaba de suerte que pudiera entender un poquito de su enseñanza, de manera de pudiera empezar a entenderla, así que cubría sus palabras con un velo para que acomodara su entendimiento.
Si la persona se acercaba a la Maestra con buena voluntad y con algún conocimiento, queriendo de verdad consultarla, entonces le hablaba con enigmas, le daba respuestas que después de algún tiempo empezaban a tener sentido. Creo que muchos tuvimos la suerte de comprobar esto, es decir, cómo se cumplían tarde o temprano sus palabras, mismas que en un principio resultaban enigmáticas.
Muy excepcionalmente, llegamos a escuchar de su boca palabras claras a propósito de los sagrados misterios. En tales memorables ocasiones —que siempre fueron breves— la Maestra se expresaba con una precisión inimaginable, con unos vocablos —a la par de hermosos, vinculados, de gran prosapia— que no hemos escuchado en las aulas universitarias ni en el más elocuente discurso.
Era realmente asombroso que aquella persona que nunca había pasado por la universidad, desbordaba una elocuencia, una pulcritud de lenguaje que hubieran querido más de un Doctor en Derecho o Filosofía, y la profundidad del concepto lo dejaba a uno atónito. Caso singular, en verdad, el de nuestra querida Maestra Litelantes...

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